Dos míticos lugares para el alpinismo, uno al pie del Mont Blanc, el otro al pie del Cervino unidos por una ruta de unos 180 km. ¿Quién podría resistirse? Por el camino, once pasos de montaña (siendo el más alto de 2965 m), glaciares, lagos de montaña, unas emocionantes escaleras clavadas en la roca y un puñado de experiencias inolvidables… ¿Nos acompañáis?
Logística:
Lo que nos resultó más cómodo y barato fue volar a Ginebra, y desde allí, contratamos un servicio de traslado desde el aeropuerto a Chamonix (alpybus.com, muy recomendable) y para la vuelta, lo mismo, minibús compartido directo al aeropuerto. Llevábamos nuestra tienda de campaña, aunque teníamos previsto hacer uso de alguno de los increíbles refugios que hacen la ruta asequible para hacerla sin necesidad de llevar exceso de equipaje. Hay multitud de lugares donde reabastecerse y por tanto no es necesario ir en autosuficiencia, con portar comida para dos-tres días hay de sobra. También es fácil conseguir agua a lo largo del camino. Nuestra guía de viaje: la excelente guía de Cicerone, por Kev Reynolds (aunque no la seguimos al pie de la letra). Los caminos en los Alpes parecen autopistas: todo está perfectamente indicado, y tan sólo en situaciones de mal tiempo y por tanto, escasa visibilidad, la navegación puede suponer un problema.
Relato:
Llegamos a Chamonix a la hora de comer, y por eso la recepción del camping no estaba abierta y tocó esperar un buen rato (se ve que los franceses también se echan la siesta). Una vez instalados, paseo de rigor para conocer esta coqueta ciudad y ponernos los dientes largos con la enorme cantidad de tiendas de montaña que hay. Cenamos una decepcionante raclette en un bar del centro y a dormir, que salimos prontito.
El primer día de ruta, para ahorrarnos un par de horas de caminata sin demasiado interés, cogimos un bus hasta Le Tour (1453 m), y ya desde ahí comenzamos el ascenso al Col de Balme (2204 m) con un tiempo espléndido; la frontera entre Francia y Suiza pasa por ahí. Una vez en territorio suizo, optamos por descender por un camino que nos parece más panorámico, pasando por el Refuge des Grands, en las inmediaciones del Glacier des Grands y con vistas al estético Glacier du Trient. Finalmente, la etapa termina en el pequeño restaurante Chalet du Glacier (1583 m). Resulta curioso: justo al lado del restaurante hay una zona donde la gente acampa, incluso hay restos de hogueras, a pesar de que en Suiza está prohibida la acampada libre. Cuando nosotros llegamos, había un par de grupitos que claramente estaban esperando a que cerraran el restaurante para montar sus tiendas, pero nosotros optamos por directamente pedir permiso a la dueña para hacerlo, y consiguiendo así el mejor sitio, con vistas al glaciar. Suele ser mejor ir de frente.
A la mañana siguiente, etapa difícil, coincidiendo con el segundo día de trekking (que como ya dijimos aquí, para nosotros suele ser el más duro). Toca realizar la subida a la Fenêtre d’Arpette (2665 m), primero con espectaculares vistas al Glacier du Trient y luego con una zona más rocosa y árida. A Carlos la subida se le hizo particularmente dura.
Este tramo es muy transitado, porque coincide con el recorrido del Tour del Mont Blanc, al igual que la etapa anterior. Una vez llegas arriba, las vistas son maravillosas en ambos sentidos. Luego toca descender (bruscamente al principio) hasta un pequeño pueblito junto a un lago, llamado Champex (1466 m), en cuyo camping nos instalamos. En el descenso conocimos a un par de chicas españolas con las que fuimos pegando la hebra, y con las que coincidiríamos más adelante.
El tercer día es bastante cómodo, sin necesidad de subir ningún collado; transita por el Val d’Entremont y permite descubrir idílicos pueblos de media montaña suizos. Nosotros prolongamos un poco la etapa, que en teoría llega a Le Châble, para recortar algo la del día siguiente. Subimos hasta Les Verneys, donde nos instalamos (discretamente, claro; esta vez no había a quien pedir permiso) junto a una iglesia, con unos baños públicos y todo.
Siguiente etapa: subida a la Cabane du Mont Fort (2457 m), con un clima desapacible.
Hacía frío, llovía la mayor parte del tiempo, y no invitaba a disfrutar. De hecho, la subida se hizo bastante dura a pesar de no tener mucha pendiente por la meteorología, que parecía lastrarnos. Memorable lo que nos pasó en Clambin, donde entramos a tomar un café y calentarnos un poco: vimos una tarta que nos llamaba desde la distancia, pero por no gastar mucho decidimos pedir sólo un trozo y compartirlo; el camarero nos dijo “no puedo cobraros por ella, porque es del día anterior”. “Pues entonces nos pones dos trozos!!” dijimos entre risas. Muy amable el camarero, y la tarta, buenísima. Costó una enormidad salir del bar y seguir caminando, pero es a lo que habíamos ido… Afortunadamente, el día abrió un poco y el último tramo ya no llovía. Por cierto, que ese tramo se hace larguísimo, porque empiezas a ver la cabaña, pero los recodos del camino hacen que tardes una eternidad en llegar a ella… Resulta desesperante! Una vez allí, ¡sorpresa! La mayoría de la gente que habíamos visto el día anterior, incluidas las españolas, han llegado ya porque han subido en teleférico; de hecho, somos los únicos que han subido andando ese día. El refugio está super bien, muy cómodo, la comida riquísima, y nos permitimos compartir unas cervezas con las españolas en un rato de agradable charla.
Al día siguiente, una de las etapas reina de la ruta: cuatro collados de alrededor de 2900 metros, alcanzando el punto más alto de todos: el Col de Prafleuri (2965 m). Había dos variantes, y optamos por la que según la guía es más segura en caso de mal tiempo. Una vez terminada, y habiendo hablado con gente que la hizo por el otro lado, no estamos de acuerdo con lo que recomienda la guía: la subida al Col de la Chaux (2940 m) se hace por una zona rocosa que queda totalmente umbría, y que tras las lluvias del día anterior estaba bastante helada, lo que nos supuso unos cuantos resbalones y algún susto. Una vez arriba ya calienta el sol, y el resto del día es espléndido. La subida al Col de Louvie (2921 m) con vistas al Lac Louvie es impresionante. Del otro lado encontramos algo de nieve, y de hecho tuvimos que bajar una corta pendiente arrastrando el culo por un tobogán de nieve. El panorama bajo el Glacier du Grand Dessert, con sus pequeños lagos de origen glacial, también merece la pena.
Enseguida se llega al Col de Prafleuri, aunque se pasa por una zona donde el camino se hace algo confuso y es fácil despistarse. Después, bajada a la Cabane de Prafleuri, donde según nuestra guía termina la etapa. Nosotros decidimos seguir un poco más, subiendo un nuevo collado (Col des Roux, 2804 m) y descubriendo un panorama espectacular al otro lado, esta vez solo para nosotros. Esa es una de las desventajas de este tipo de rutas: hay demasiada gente. No es que resulte agobiante, pero apenas tienes la oportunidad de sentirte a tu aire. Al salirnos de lo que dicta la guía, conseguimos esos instantes de aislamiento que buscábamos. Pudimos ver un rebaño de gamuzas justo debajo del Glacier des Ecoulalies, y una puesta de sol inolvidable desde el pequeño Refuge des Ecoulalies, donde dormimos. A nuestro aire, también, porque este refugio permanece abierto pero no esta guardado, y simplemente hay un buzón donde dejar el dinero que uno considera oportuno.
Continuará…
Podéis ver todas las fotos de este viaje aquí…