Turquía es un país enorme con una diversidad de paisajes espectacular. Lo cual, para el viajero, puede resultar abrumador: no sabes dónde ir, porque parece que no da tiempo a visitarlo todo. Siguiendo con nuestra filosofía de senderismo de largo recorrido y nuestro afán por recorrer senderos algo menos transitados, nos decantamos por realizar el Lycian Way y visitar los montes Kaçkar e intentar subir su pico más alto (3937 m). Por supuesto, también visitamos Estambul, que es una ciudad que nos enamoró, pero cuya visita no vamos a tratar aquí.
El sendero Licio (o Lycian Way) es una ruta de unos 540 km, que recorre la costa sur del país, y que es fruto del trabajo de una señora inglesa (suponemos que enamorada de Turquía) llamada Kate Clow, que consiguió dar una entidad común y un sentido a la multitud de senderos que había en la zona. Todo ello plasmado en esta guía.
Es un recorrido litoral, que bucea entre los restos de la civilización Licia que habitaron ese pedazo de terreno a la vez que nos descubre parajes espectaculares. Los puntos de partida y llegada oficiales son Fethiye y Antalya, y la manera más cómoda de llegar al área es por un vuelo interno directo desde Estambul a Antalya, y una vez allí, coger algún autobús que te deje donde quieras comenzar a andar.
Nosotros nos desplazamos a Kumluca, con la idea de dormir allí y a la mañana siguiente enlazar con la ruta y comenzar a andar; el problema de que llegamos tarde, ya de noche, y nos costó enormemente encontrar el hotel. Pronto nos dimos cuenta de que la gente (excepto los directamente relacionados con el turismo), aunque amable, no domina para nada el inglés (y menos el español), lo que dificulta algo las cosas. Otra dificultad que encontramos y que habrá que tener muy en cuenta: el combustible; sobre todo contando con que se vaya a coger el avión y no se pueda, por tanto, llevar cartuchos de gas. En ninguno de los pueblos por los que pasamos pudimos comprar gas. Nosotros tuvimos que hacer lo que pudimos con un hornillo casero de alcohol (menos mal que fui precavido) y gel para encender barbacoas, que fue lo único que pudimos comprar.
De la otra gran dificultad nos dimos cuenta enseguida: el calor. Salimos bien temprano para evitar las horas de más sol, pero ni por esas, en cuanto asoma por encima del horizonte empieza a calentar de una manera implacable. Además, como se va por la costa, hay mucha humedad, de modo que se suda a mares (literalmente). Al rato de comenzar a andar yo ya tenía la ropa completamente chorreando. Lo que nos lleva a otro problema: el agua. Como se suda tanto, hay que beber mucho, pero como no hay abundancia de fuentes (aunque no faltan) cada vez que das con una cargas a tope de agua (unos 4 litros cada uno, o sea, más peso :-o); lo malo es que enseguida se calienta, lo que nos da como resultado una desagradable combinación: calor, sudor, mucho peso encima, y beber agua calentorra.
La gente nos sonreía y saludaba cuando nos cruzábamos con ellos por el camino, muy simpáticos, sin duda extrañados de ver a dos panolis con mochilas enormes sudando la gota gorda andando por sus caminos en pleno verano. Recuerdo a un anciano que sin hablar nos regaló una manzanas muy pequeñas, pero muy sabrosas (y frescas!). La verdad es que las vistas hacían más llevadero el esfuerzo: pequeñas calas de arena blanca, aguas turquesa, acantilados e islotes… El camino fácil de seguir, aunque no muy bien indicado. Avanza la tarde y comenzamos a pensar en donde acampar. Con suerte, no tardamos en encontrar un lugar adecuado, que aunque no esta demasiado alejado del camino, esta muy cerca de un fuente, algo fundamental visto lo visto a lo largo del día. Montamos el campamento, nos aseamos (imaginadnos aquí lavándonos gracias a algo parecido a esto, pero muy rápido porque mosquitos enormes nos acosaban, con la música del Show de Benny Hill de fondo) , cenamos… repasamos lo hecho en el día y comentamos lo que vendrá el día siguiente. Lo habitual, vaya. Y finalmente, nos metemos en la tienda. Que era un horno.
El calor del día se ve que se acumula en la tierra y se libera poco a poco por la noche. Con todo abierto (menos la mosquitera, ya hemos dicho que había mosquitos enormes) y no se movía ni gota de aire. Sin saco, sin ropa y aún así hacía un calor insoportable… Ni de noche pudimos dejar de sudar!! Una noche horrible, de veras.
Al día siguiente tocaba una de las etapas con más encanto paisajístico: se pasa por el faro de Gelidonia, que es un enclave bastante bonito. Se sigue bordeando la costa, rodeado de bosque, con las calas de aguas turquesa y los acantilados de piedra. Hacía el mismo calor, sudamos lo mismo o más que el día anterior, pero al estar el recorrido más alejado de ciudades y tal, apenas nos encontramos a nadie.
La etapa termina en Adrasan, que es un pequeño pueblito costero, con una playa bonita y turística (me refiero a otro tipo de turismo…). No dudamos ni un segundo, ya lo teníamos más que hablado: íbamos a dormir en un hotel. Con aire acondicionado. Pero antes nos tomamos un par de cervezas sentados en la playa. Y ahí terminamos de decidirlo: aunque era una pena, y en realidad no era ese el plan en el que habíamos ido, no íbamos a acampar más. Aunque tuviéramos que ir igualmente con la tienda, el saco, las colchonetas y demás a cuestas, al menos podríamos dormir. Pero era también una cuestión de seguridad y logística: estábamos gastando una cantidad inmensa de agua, y no siempre íbamos a poder pasar la noche al lado de una fuente de agua, lo que era totalmente necesario. A la segunda cerveza ya se nos estaban disipando las dudas, y desaparecieron totalmente después de cenar: pescado a la brasa y pimientos rellenos de arroz, pasas y verdura. La verdad es que se come bien en Turquía.
Al día siguiente las etapa empezó mal. Ya hemos dicho que Adrasan es un sitio de turismo de playa, pero no nos dimos cuenta de su importancia hasta el día siguiente, cuando echamos a andar y tuvimos que atravesar la enorme cantidad de hoteles y restaurantes alineados siguiendo la playa. A la salida del pueblo esta el desvío para coger el sendero, pero tampoco estaba bien indicado, y hay multitud de caminos distintos que llevan a distintos hotel costeros. El caso es que nos despistamos, y andamos un buen rato en balde por un camino que no era. Como no, pasando calor. Ahí empezó a seguirnos una perra callejera, que aunque intentamos impedírselo (por ahorrárselo, más que nada: 12 km y un desnivel de unos 700 m que luego había que bajar también), nos acompañó todo el día. Y creemos que no era la primera vez que lo hacía, porque al llegar al punto más alto del camino, en el que había un pozo un poco escondido del que había que coger agua, fue ella quien lo encontró, porque fue directa al sitio y se puso a dar vueltas alrededor para que le echáramos agua. El pozo tiene agua (que de hecho es la única fuente de agua de toda la etapa), y un sistema bastante precario para recogerla. Por si acaso, nosotros llevábamos nuestro patentado “sistema de recogida de agua bajomilestrellas.com”, compuesto por la bolsa de agua que hemos enseñado antes y un cordino de dyneema de 5 metros. No nos hizo falta, pero es algo que desde entonces llevamos siempre, nunca se sabe…
El paisaje de esta etapa también resultaba distinto, porque aunque no te llegas a alejar demasiado de la costa, si que se introducía algo más “tierra adentro”, con un relieve más agreste y rocoso y otro tipo de vegetación. Y el finalizar la bajada se llega a uno de los platos fuertes de todo el trekking: Olympos, las ruinas de una antigua ciudad perteneciente a la civilización Licia, enclavadas en la desembocadura de un río y bastante bien conservadas. El problema es que están llenas de gente, porque justo pasando Olympos está Çirali, otro resort de turismo de playa a base de cabañas y bungalows, donde terminó la etapa del día. Un par de comentarios: la perra, a la que habíamos bautizado como Katy en honor a la autora de la guía del trekking, nos abandonó por un grupo de hippies nada más llegar a Olympos; y no nos resultó nada fácil encontrar un alojamiento dispuesto a recibirnos. Eso fue tremendamente frustrante: tuvimos que recorrer casi toda la población, preguntando una y otra vez si había habitaciones, y casi todo el mundo nos miraba de arriba a abajo, nos veían con las mochilas, sudados, sucios, y nos decían que no había sitio libre. Lo que era claramente mentira, porque se veían cabañas disponibles. Finalmente lo conseguimos, en un sitio más humilde, menos pijo, pero totalmente digno y limpio. Y, por fin, pudimos descansar.
Al día siguiente, de nuevo, la rutina de tener que andar un buen rato para dejar atrás la civilización, el calor asfixiante desde bien temprano, el cuerpo empapado en sudor, el peso del agua extra que teníamos que llevar… No lo he dicho hasta ahora, pero con tanto sudor, los pies iban todo el día empapados, y estamos convencidos de que fue por ese calor y esa humedad constantes por lo que se nos llenaron de ampollas. Cada uno por nuestro lado íbamos con una lucha interna, sobre la dureza de la ruta, no por el trazado, ni el desnivel, sino por todas esas circunstancias de calor, humedad, sudor, dolor de pies debido a terribles ampollas. Y cada uno se contestaba a si mismo: no te rindas, hay que seguir, mira el otro, que va disfrutando… Hasta que, a lo largo de ese día, nos volvimos a encontrar con el mismo bosque, las mismas calas, los mismos acantilados… Bueno, no eran los mismos, pero eran iguales.
Y comentando eso, la monotonía del paisaje, comenzamos a exponer cada uno nuestras dudas, que eran las mismas, y valoramos que a lo largo de los próximos días de ruta eso no iba a desaparecer, ni el calor, de modo que acordamos terminar ese día el trekking, y buscar alguna actividad alternativa en la que ocupar los días que teníamos previstos. Ya con otro ánimo, continuamos nuestra marcha, aunque el día no estuvo exento de problemas, porque llegamos a una zona en la que las señales de la ruta desaparecían, y ninguno de los posibles caminos se correspondía con la descripción de nuestra guía. Optamos por seguir el sendero más lógico, el que discurría más cercano al mar. No sin esfuerzo, llegamos finalmente a Tekirova, donde pasamos la noche. Al día siguiente, cogimos un bus hacia Antalya, y en su casco antiguo encontramos un coqueto hotelito donde pudimos recuperar nuestros maltrechos pies, a la par que conocíamos esa bonita ciudad de la costa turca.
Conclusión: desde luego, no es una ruta para hacer en verano. Ni, en nuestra opinión, para hacerla entera. Los paisajes se vuelven monótonos enseguida, y los alicientes pasan a ser las ruinas licias, que por lo que pudimos ver, tampoco son espectaculares (exceptuando Olympos, pero no justifica por sí sola al trekking). La guía y la señalización dejan bastante que desear, y en caso de duda o de cualquier problema, como resulta imposible conseguir buenos mapas de Turquía, quedas a merced de algún track gps que descargues y/o de tu capacidad de orientación. Si estás en la zona y quieres acercarte a ver esta costa, o hacer alguna excursión, no te arrepentirás, pero desde luego, no entendemos como este trekking aparece en algunos listados online como de los mejores del mundo…
Podéis ver las fotos de este viaje aquí…