Verano del 2008, ahí fue cuando viajamos a Marruecos. ¿Tiene sentido relatar la experiencia de nuestro viaje, cuando han pasado 16 años? Para mí, lo tiene. Aunque el mundo ha cambiado muchísimo desde entonces, nuestras experiencias siguen teniendo vigencia, porque el sol sigue saliendo cada día en las dunas de Merzouga, la plaza de Yamaa el Fna permanece impasible en el centro de ese torbellino de actividad que es Marrakech, y los sentidos seguro que siguen saturándose al recorrer este bello rincón del mundo.
También tiene importancia para nosotros contar nuestro viaje, aunque sea someramente, desde un punto de vista completista: tenemos que contarlos todos. Además, este tiene importancia vital porque fue nuestro primer viaje internacional, y además nos acompañaba nuestro hijo, que no mucho después dejó de interesarse en viajar con nosotros, así que eso suma para hacer este viaje valioso. Tuvimos malas experiencias, vivencias geniales, sorpresas a posteriori, y nos abrió los ojos a un mundo nuevo. Os lo contamos…
Nuestro viaje comienza con el ferry a Tánger. No vamos a entrar en detalles, porque evidentemente precios, horarios y condiciones están totalmente desfasadas, pero no debería costar encontrar información aquí. Tampoco tenemos mucho que contar de Tánger, porque lo que hicimos fue comer y esperar al tren nocturno que nos llevaría a Marrakech. Bueno, algo sí que tengo que contar: mi primera experiencia de regateo. Humillante, desde luego. Fue con el taxista que nos llevó a la estación, y fue tal que así…
- ¿Cuánto cuesta ir a la estación de tren?
- 50 (cantidad inventada, evidentemente no me acuerdo).
- Te doy 25.
- No, 50.
- Vale.
- (risas del público asistente).
El tren estuvo bien, habíamos reservado compartimento con literas, y aunque no fuimos solos, la chica que nos acompañó no dio ni un ruido. Llegamos a Marrakech y la primera aventura es encontrar nuestro alojamiento: un riad en pleno centro. Recomendamos plenamente escoger esa opción frente a un hotel “clásico”; estos últimos pueden tener ventajas prácticas (piscina, servicios… aunque hay riads de auténtico lujo) pero un riad te permite introducirte más en la cultura local. Algo tan simple como desayunar en el patio con el arrullo del agua hace que comiences el día de otra forma. Ah, y que mermeladas de naranja! Se me hace la boca agua de recordarlas.
Marrakech es un torbellino de actividad, ya lo hemos dicho, especialmente los alrededores de la plaza (de la que luego hablaremos). Tiene lugares preciosos que visitar, como la Medersa Ben Joussef, las tumbas Saadíes, el museo Dar si Said, o el zoco, entre otros. Normalmente atestados de gente, locales y sobre todo turistas. Pero también encuentras rincones más tranquilos y apartados si caminas despacio y sin rumbo. Aunque te puede costar encontrar el camino de vuelta, porque aquello es también un laberinto. Y en relación a eso, vamos a empezar a comentar las cosas que no nos gustaron de Marrakech. La primera de ellas es que, probablemente (a nosotros nos pasó), si alguien te ayuda espera compensación económica. Debe ser inevitable en un lugar tan turístico, supongo. También nos sentimos observados continuamente, pero en el mal sentido. De hecho, había un tipo con el que nos encontrábamos continuamente, día tras día, que nos daba un mal rollo enorme, y con el que llegamos a tener un encontronazo. Y tercer punto negativo: nos robaron, en un hamán.
En parte fue por nuestra propia culpa, porque no dejábamos el dinero en el hotel (que irónico, no nos terminábamos de fiar), y hubo una vacilación antes de guardar la mochila en la cutre taquilla que nos delató. La culpa es del puto ladrón, evidentemente (la propia gente del hamán, estaba clarísimo), pero nuestra inexperiencia nos salió carísima. No solo en dinero, sino en tiempo y en malestar. Porque emprendimos una pequeña odisea para denunciar que nos generó mucho estrés, nos hizo perder mucho tiempo (incluyendo viajes en un furgón policial al propio hamán con la intención de “confrontarles”, para encontrarnos con la triste realidad de que la policía no hizo nada frente al servil tipo del hamán), y no tuvo ningún fruto real. Pero a pesar de todos los impedimentos, que fueron muchos, os lo aseguramos, conseguimos poner la denuncia.
El incidente nos dejó muy mal sabor de boca, y estuvimos a punto de cancelar el resto del viaje y volvernos, pero Mony insistió en que no debíamos dejar que nadie nos lo estropeara, y finalmente nos alegramos. Porque a partir de ahí empezó lo realmente bueno, que fue la experiencia bebeber, que os contaremos en el próximo post, que este está quedando muy largo.
Pero antes de acabar, vamos a comentar lo especialmente bueno de esta parte del viaje. Por un lado, la plaza de Yamaa el Fna. Fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco, y vaya si lo es. Todo en la ciudad gira en torno a ella, y lo reúne todo, especialmente al caer la noche. Comida, bebida, olores, espectáculos, música, animales… No le falta de nada, y realmente merece la pena experimentarla (que no sólo visitarla).
Por otro lado, lo mejor de esta parte del viaje fue conocer a Cris y Christian, una pareja de Madrid con la que hicimos migas enseguida, se portaron genial con nosotros con todo el follón este del robo, y con los que lamentablemente hemos perdido el contacto, pero que hicieron que la experiencia fuera mucho mejor. Si por un azar del destino leéis esto, por favor, poneos en contacto.
El relato continúa aquí…
Próximamente publicaremos la galería de fotos del viaje.