Quien lo ha vivido, lo sabe: no hay nada que se pueda comparar a la tormenta de sensaciones que se produce cuando despiertas en tu tienda de campaña (o en tu tarp, o en tu funda de vivac, o simplemente en tu saco) después de una noche de sueño reparador (más o menos). No siempre sucede, pero de cuando en cuando, si el clima y las circunstancias lo permiten, todo parece estar en su sitio natural.
Lo primero puede ser sueño (ya hemos dicho que no se duerme como en casa; nosotros nunca hemos dormido una noche del tirón), o frío. Un poco de desconcierto, tal vez, hasta que recuerdas lo que estás haciendo, dónde estuviste ayer, y te ubicas. Y entonces viene: satisfacción. Saber que has llegado donde estás por tus propios medios, con el sudor de tu frente, a base de esfuerzo. Saberte, en cierto modo, único, aunque puede que 5 metros más allá esté la tienda del grupo que viste ayer. Porque formas parte de un grupo selecto de elegidos; los que optan por reencontrarse con la naturaleza, los que elijen ver el mundo a escala real: tú, pequeño, y el enorme, vasto paisaje abierto ante ti. Que se muestra en todo su esplendor, iluminado con la cálida luz del amanecer, mostrando facetas distintas a las del día anterior, que sólo tú, estando ahí, en ese preciso momento, gracias a tu esfuerzo, puedes disfrutar. Y sales del saco, y de la tienda, y te calientas por dentro (con un café) y por fuera con los tímidos rayos de sol que te alcanzan; mientras tratas de atesorar todo lo que estimula tus sentidos y piensas: por esto estoy aquí; merece la pena.
Es tu momento, es tu tienda, tu saco, tu esfuerzo, tu recompensa… Tu amanecer.